365.

Cumplir es de flojos. Alguien lo dijo, otro alguien lo escribió y yo no recuerdo donde lo leí. Y ya empezamos mal.

Y es que cuando se trata de cumplir años pasa exactamente lo mismo, no tiene ningún mérito decía por ahí una historia que va pasando de whats en whats. Para cumplir años basta prácticamente con respirar.

365. Los días que faltan para que se cumpla otro año en el que me recordaran el día en que hice sufrir a mi madre. Que le pinte alguna lágrima a mi padre y que les regalé etiquetas con sobrenombres por primera vez a la mayor parte de mi familia.

Pero es que lo importante no es cumplir años, no es ir contando los que llevas porque no tienes una maldita idea de los que te faltan. Y menos mal, que como decía Nietzsche, la certidumbre es la que nos vuelve locos.

Lo bueno de cumplir años, días o meses es que te das cuenta de cosas y que te van dejando otras. A parte de las canas.

Los cumpleaños te sirven para darte cuenta que no basta con soplar una vela para que los deseos se hagan realidad. Que hay que hacer más, mucho más. Que ni si quiera las grandes corporaciones te podrían vender tus sueños listos para meterlos al horno de microondas.

Con los cumpleaños te das cuenta de lo inevitable del paso del tiempo y lo irrecuperable que este se vuelve. Y esto te sirve para valorarlo y vivir en el aquí y el ahora.

Pero sobre todo, el paso del tiempo –y quitar tu fecha de Facebook- te va dejando ver quién está, quién lo intenta y quien nunca ha estado.

Las personas, que hoy se coleccionan como figurillas sobre la repisa de tu face, no tienen todas la misma importancia, hay que decirlo. Ni de aquí para allá, ni de allá para acá. A quién vamos a engañar.

Los amigos. Que lejos de perderlos, te vas quedando cada vez con los más verdaderos, que aunque en cantidad pueden ser pocos en calidad son incontables.

La única manera de dividirlos es en amigos, y los demás. Nada más.

Las felicitaciones van sobrando, sobre todo las que son hipócritas y no hacen más que cumplir con un “deber” social tan insulso como nuestra doble moral.

Pero las que llegan de verdad, las que llegan sin un recordatorio, a golpe de llamada. Con un mensaje indirecto. Con un no me pude esperar más y te adelanto tu día. Con un despierta hijo, que la vida empieza a las seis de la mañana. Con un, te hice un flan de esos que tanto te gustan. Esas, suelen terminar siendo parte de los mejores regalos que uno puede recibir por no haber hecho nada más que darle otra vuelta al sol. Casi sin mérito alguno.

Porque hoy la vida es cada vez menos humana y más electrónica.

Porque una página nos tiene que decir a quien felicitar.

Porque recordar implica un esfuerzo, pero sobre todo un espacio adentro de nosotros.

Un espacio donde se está. O no.

 

 

Tenemos que hablar.

No eres tú, es el clima.

 

Pasa de largo como a veces suelo hacerlo yo con la gente, con la diferencia de que éste pasa y te mueve, te empuja o te despeina. Estos días ha sido tan fuerte que a unos cuantos nos ha despeinado hasta el alma, con una caída espectacular, de esas que nunca te esperas o con la imagen que no puede salir de tu cabeza de tal accidente. De esas imágenes que te hacen dejar de ver el celular y voltear a ver al de enfrente, a ver si con suerte te encuentras en el reflejo de sus ojos. De esas imágenes que no te sacas nunca y que te hacen tragar saliva. Como cuando vas manejando, ves un accidente y decides quitar el pie del acelerador.

El viento de estos días ha venido a recordarnos lo frágiles que somos y lo grandes que nos creemos. Lo “listillos” que pretendemos ser y lo intrusivos que terminamos siendo.

Menos mal que ha venido algo a recordárnoslo. Que aunque parezca que con tanto aire cerramos los ojos, en una de esas los terminamos abriendo.

A ver si nos vamos enterando que por más que este sea el lugar que habitamos, sigue sin pertenecernos.

Y es que con este clima, hacer un pronóstico es arriesgado. Hoy ni el tarot, ni las minifaldas del clima podrán acertar con seguridad lo que se avecina y menos mal que igual así recuperamos un poco de la capacidad de asombro que poco a poco perdemos.

Pero no sólo nos hace pretender arreglar un peinado, detener una corbata o la falda, porque como si fuera poco el reclamar su espacio –un espacio que no es el publicitario- además viene y nos desconecta la luz, el internet y hasta el gas. Creo que todavía queda un poco de amor a la ironía y fe en el ser humano.

Viene a desconectarnos de todo para ver si nos terminamos conectando.

 

Al parecer a veces nos hace bien estar mal.

 

Sin luz, no hay semáforos, ni tele ni aparatos de música con batería para hacer a un lado tanto silencio. No hay internet y esperemos que la red también se caiga como resultó hacerlo por lo menos por un tiempo. Apocalipsis. La tragedia está a la vuelta de la esquina donde otra vez, se cayó otro espectacular, tres árboles y una reja que dividía a la gente de las personas.

Peligro.

Ahora qué hacemos.

Tendremos que civilizarnos un poco, ceder el paso donde no hay nada que nos diga que tenemos que hacerlo.

Tendremos que dejar de ver el celular y mover la pantalla con los dedos. Adiós audífonos y tu manera de escaparte del mundo. No más televisión que se interponga entre nosotros.

Si bien te va espero que tengas una linterna en casa, con suficientes baterías. Si no, tendremos que recurrir a las velas, igual y uno que otro niño se va enterando que con eso alumbraban hace tiempo y entonces, utilizar los dedos para jugar con luz y sombra, una app que no está a la venta en la iStore.

Y entre tanta oscuridad igual y empezamos a desconocernos para así, descubrirnos de nuevo.

Tendremos que pasar tiempo con nosotros, en singular o en plural pero estoy casi seguro que es algo que hace mucho no hacemos.

No podremos escribirnos por whats, aunque nos tengamos a unos cuantos metros.

 

Tenemos que hablar, más y mejor. En 3D.

Tenemos que hablar.

Y es que no eres tú, ni soy yo, esta vez fue el viento.

Después del tono.

No estoy.

Y para más de uno eso ya no es novedad si no noticia vieja. Sobre todo esos amigos con los que he querido quedar y termino quedando mal, como siempre. Como de costumbre y como desde hace tanto lo vengo haciendo. No sé que siguen haciendo aquí y sin embargo a alguno se lo agradezco. No a todos, no se me vayan a poner el saco algunos tan pasados de peso que no les va a cerrar. Alguno habré evitado con conciencia y a bocajarro simplemente porque no me apetecía y seguramente no me apetece quedar. Porque hay gente a la que prefiero evitar antes de que me tomen a mal decirles que no resultan agradables para mi, ni si quiera como antónimo de mi mismo. Porque eso sí, lo que siempre ha estado presente ha sido la susceptibilidad exagerada y mal entendida. Como tantas otras cosas.

No me encuentro. Y esto no es culpa de nadie, vaya es que ni yo mismo me encuentro desde hace tiempo y tampoco sé por que. Ojalá hubiera unas vacaciones de por medio. Un no estoy aquí por que ando en otro lado, disfrutando. Un me fui lejos, porque así estoy mejor. Pero no. Ni siquiera eso. Simplemente no me encuentro y a veces ni siquiera aparezco en el espejo.

He intentado asomarme y tomarme por sorpresa, hacer como que no veo y de pronto girar la cabeza más rápido que eyaculador precoz y nada, no ha resultado.

No sé donde estoy y a estas alturas empieza a preocuparme, con la inseguridad que se vive en este país no vaya a ser que me hayan secuestrado y yo ni en cuenta. Ni mi familia ni nadie porque para colmo tampoco han pedido rescate.

Y no los culpo, yo tampoco me atrevería a pedirlo después de conocerme. En una de esas termino pagando yo para que se queden conmigo.

Hoy no estoy. Y tampoco estuve ayer.

Para el tiempo que llevo así, me imagino que tampoco estaré mañana.

En el congelador se me quedaron los sueños, como esperando. Como si la fecha de caducidad también se congelara. Están ahí esperando que alguien llegue y los cocine. Porque yo no estoy.

Por el refrigerador no te preocupes, que no le dejé muchas cosas, si acaso algunas ganas enlatadas. Unas a medio abrir y otras que ni si quiera llegue a notar que se quedaron al fondo.

En el cajón de las verduras mejor ni te cuento, porque con tanto tiempo ausente, se han creado verdaderos monstruos. Si llegan a entrar a esa casa tengan cuidado que con el tiempo que lleva vacía el piso debe de tener mucho polvo, de ese que se te mete por la nariz, por los ojos y por cualquier parte que lleves descubierta. No vayas a terminar respirándome y entonces sí, cuidado porque me habrás encontrado antes que yo y eso no es sano.

 

Así que ahora ya lo sabes, no estoy. Pero si quieres puedes dejar un mensaje.

 

Eso sí, después del tono.

¿Qué ahora es?

Que detengan todos los relojes. Que el mundo deje de girar. Que palidezcan todas las hojas de todos los calendarios y se borren uno a uno cada día, cada mes y cada año cansado de esperar.

Que el sol no salga un día, sólo por que le dio flojera y se quiso quedar en cama. Que sea la luna la que nos ilumine por más de 24 horas. Que perdamos el tiempo y esa necesidad de separar acontecimientos en pasado y futuro, de marcar las horas, de llegar a tiempo. Porque si de algo me entero hoy es que siempre fuimos puntuales, que todo estaba puesto para encontrarnos a la hora exacta, el día, el mes, el año.

Y yo que creía todo lo contrario.

Que se deje de conjugar el tiempo en las horas, a menos que sea en plural.

Que dejemos de lado los reproches, rompiendo una a una las manecillas que fueron dejando llagas, entre tanto recuerdo en stand by.

Rompamos con ese segundero que tortura mis oídos por ser el único que ocupa el espacio de las carcajadas que no están.

Y mientras el tiempo se detiene entre dos copas de vino, podemos ponernos al día y así demostrar la teoría de la relatividad. Que nuestras manos se sonrían, que las miradas se cuenten fantasías, que las sonrisas se distraigan aturdidas entre tantos te extrañé, que los relojes se derritan en medio de ese cuadro surrealista. Que el tiempo deje de ser.

Que nos encontremos como de casualidad.

Que dejemos de contar los segundos, minutos y las veces que no nos vimos.

Que mis minutos y tus horas se conviertan en eternidad.

Que el tiempo y las horas se vuelvan un asunto personal.

Que las horas se conviertan en ahoras y las despedidas cada día sean más cortas.

De hombre a hombre.

Tenemos que hablar.

Ahora me toca a mi decirlo y a ti leerlo, así es como la vida empieza a dar de vueltas, o aquí es cuando te das cuenta que el tiempo ha pasado, tan inevitable como todo lo que trae consigo.

Ya estoy mayorcito y me siguen naciendo dudas, sólo que ahora debajo de los parpados, de esas que quitan el sueño, de esas que te hacen dormir a las cuatro de la mañana y despertarte a las seis porque hay que despertar, así que de hombre a hombre, tenemos que hablar.

Nos quedan muchas dudas por resolver o como bien me lo inculcaste, nos quedan más dudas por descubrir, que entre más dudas tengas mas sed de conocimiento puedes tener. Que dudar no es malo, sino todo lo contrario. A menos que sea de ti de quien lo estés haciendo.

De hombre a hombre tengo que decirte que recuerdo perfectamente todos los regaños, los castigos y los por si acaso que me molestaban de sobre manera, que torturaban a ese adolescente que como si fuera parte de la naturaleza terminaba rimando con insolente y que además, adornaba su look con la venda natural que cubre los ojos de esos especímenes. Que recuerdo como si fuera ayer todo lo que en algún momento reproché y hoy se me cae la cara de vergüenza por no haberlo entendido a tiempo. Además debo confesarte aquí entre nos, que ahora los disfruto en el recuerdo y a veces, hasta te compadezco, pero no se lo digas a nadie.

De hombre a hombre te confieso que ahora entiendo que sólo intentabas darme una lección. Que al que madruga le quedan más horas para generarse más oportunidades. Que lo que soy hoy es gracias a todos esos regaños, esas pláticas de camino a casa o en cada, acompáñame al trabajo. Que entiendo lo difícil que resulta la congruencia, pero también lo necesaria que es. Que los principios no son principios hasta que te cuestan algo y que un hombre sin principios y valores no tiene nada.

De hombre a hombre te confieso que me cuesta trabajo enumerar todas las lecciones aprendidas y las que vienen en camino, pero que te agradezco infinitamente por todas y cada una de ellas, de las que aprendí, las que enderezaron mi camino y las que sigo sin entender pero que estoy seguro que en algún momento de la vida van a embonar como pieza de rompecabezas.

De hombre a hombre y todavía mirando para arriba te lo digo, la estatura no es una cuestión física, ni de centímetros me lo has dejado claro. Que hoy que estamos de la misma estatura, seguir mirando para arriba al hablarte, ha pasado de una costumbre a una muestra de admiración. De la grande. De la que te deja el cuello adolorido y la presunción hinchada.

De hombre a hombre te confieso que te admiro.

De hombre a hombre te confieso que te amo.

De hombre a hombre te confieso que estoy orgulloso de ser tu hijo, pero más aún de que tú seas mi padre.

Bienvenido.

Que gusto tenerte por aquí. Que gusto que me leas, adelante siéntate, estás en tu blog. Anda, ponte cómodo y dime si quieres algo de tomar mientras te escribo a las pupilas. ¿Un té, café o un vasito de agua? Te prometo traerlo sin cianuro, pura esplenda para que mueras de a poco.

Que grata sorpresa, no te esperaba. Estaba por salir pero por ti, cancelo todo, el trabajo puede esperar, cualquier persona aceptara una excusa y cualquier otro no merece tanta atención como tú.

Cuéntame cualquier cosa inútil que quieras mientras te veo con cara de esperanza fallida, con sonrisa de entre más hablas mejor me caes, anda cuéntame como te va en el trabajo, tu vida tan increíble como siempre y tu sonrisa de dos por uno que no esconde más que lo que todos saben pero nadie se atreve a decir. Cuéntame que yo te escucho mientras tu pretendes leerme.

Yo haré que te escucho, como siempre, mientras tú finges que me comunicas, porque hacer ruido y comunicar no es lo mismo, créeme. Date cuenta que sólo me río cuando tu lo haces, que nunca se me sale una media sonrisa si quiera. Fíjate como cuando me cuentas alguna tragedia en tu vida no se me dibuja ninguna sonrisa aún con el gusto que me da, eso querida, es que no te estoy escuchando de verdad. Porque efectivamente también hay una diferencia entre oír y escuchar.

Pero no te preocupes, como no lo has hecho otras tantas veces, tú sigue con lo tuyo.

Que gusto que pasaras por aquí, igual puedes regresar otro día con más calma y no me refiero a la tuya, que evidentemente es mucha. Es que vamos a ver, las personas de miras cortas son así, a veces tienen que usar anteojos para justificar que no alcanzan a ver más allá, pero no pasa nada, te entiendo. A estas alturas del partido –del tuyo por supuesto- ya estás viviendo tu más grande sueño y yo, sólo intento entrar a este escalón, pero cada quien mira hasta donde quiera mirar.

De verdad me dio mucho gusto que pasaras por aquí igual y así te das cuenta que la hipocresía se lee mal y difícil, que aunque hay a quien se le da de manera natural, hay otros a los que nos cuesta tanto que terminamos por decir que no era más que un ejemplo de lo que haces y que todos notan.

La hipocresía no es más que un veneno que actúa en contra de quien pretende usarlo con otros, así que cuidado, que lo malo contigo es que lo llevas en la sangre. No en un blog.

Cuidado.

Texto riesgoso.

La vida, está llena de muchas cosas pero tan pocas tan seguras como la muerte. Me atrevería a decir con pleno uso de mi basta ignorancia que son las menos, pero entre tanta cosa tan insegura de si misma y con la vida, está el riesgo. Ese que nos acecha debajo de la cama, detrás de la puerta, en cada abrir y cerrar de ojos, en cada respiro. El fin justifica los miedos, siempre.

El riesgo que el mismo diccionario lo define como peligro o inconveniente posible, y que al parecer transpira negatividad por todos los poros, va a depender siempre de la oportunidad con que lo mires.

Vivir ya implica un riesgo, y no hablo de vivir como gerundio sino el “simple” hecho de respirar, sí, entrecomillado porque de simple no tiene nada. Salir de casa, otro más. Crecer ni se diga. Bueno es que hasta formarse en la cola de las tortillas a cierta edad implica un riesgo y en este país que pretende evitar el tema de la seguridad el riesgo está a la vuelta de cada esquina. Literal.

Me explico mejor, o por lo menos lo intento:

La vida implica un riesgo y por lo tanto el riesgo se convierte en una constante en la misma. Hay uno de estos en cualquier oportunidad, es como cuando tantas veces nos han dicho que el no ya lo tenemos, que vamos por el sí. Con todo, quemando nuestras mejores naves, aventando la casa por la ventana, sudando la camiseta y de todos modos hay algo que nos frena, el miedo a ese riesgo.

El miedo al que dirán. A un “no” tan a quemarropa que nos deje en donde estábamos. El miedo a que no salgan las cosas como las habíamos planeado, o sea como siempre. El miedo, ese maldito desgraciado que nos ha paralizado tantas veces y nos ha dejado sin la oportunidad de emprender un negocio, de conocer al amor de la vida de alguien más, a probar nuevos sabores y terminando escuchando nuevos sinsabores, el miedo que termina siendo el arma más letal del riesgo.

Pero como en casi todo lo demás, nadie nos podrá contar el sabor agridulce que tiene el riesgo hasta que nosotros lo probemos. Ese sabor de lo intenté con todas mis fuerzas, di todo de mi, sude la camiseta.

Hay riesgo, claro, como en todo en esta vida y como todo lo que vale la pena. Ese inconveniente posible termina por saber delicioso, tiene la posibilidad de convertirse en conveniente. Cuando sepas a que sabe un inconveniente en medio de las sábanas o tal vez uno que te mantenga despierto toda la noche frente a la computadora, o tal vez ese que te hace levantarte cada lunes con sonrisa de viernes, será entonces cuando puedas decir que cada riesgo ha valido la pena.

Si el riesgo está ahí como una constante, aprendamos a vivir con él, no a su pesar ni por encima, menos pasar por un lado como si no estuviera, como viendo el celular para evitarlo. El riesgo es el pantone de la vida diría alguno, el saborizante del día a día, la razón de cualquier sonrisa. El peor riesgo es ignorarlo.

Uno vive con el riesgo en todos lados, sólo que hay a quienes les gusta dejarlo escondido, otros más se lo echan todos los días al bolsillo y otros, los menos lo usan para blanquear sus dientes para que brille su sonrisa. Cada quién elige que hacer con su riesgo cotidiano.

Uno se enamora, incluso a riesgo de ser correspondido.

Uno trabaja, a riesgo de ser remunerado, despedido o reconocido.

Uno conversa y escucha con el riesgo de que lo hagan cambiar de opinión.

Uno vive de tal manera que pareciera que arriesga el todo por el todo.

Y sólo así se vive sin comillas.

Sólo así se vive con el riesgo subrayando esas cuatro letras.

Vitamina P

Normalmente no escribo para recomendar nada, pero hoy me he encontrado con algo que a unos cuantos podría servirles y que siguiendo la filosofía de que cuando puedes, debes. (Sobre todo si se trata de ayudar) tengo que recomendar esto que me parece sensacional.

Una vitamina que no se encuentra tan fácil y menos en estos tiempos pero que sin duda es el motor de grandes cosas, logros e incluso de grandes personas. Sin duda la gasolina que nos mueve como humanos.

Es esa vitamina que te mantiene alerta, despierto, con entusiasmo y ganas. Muy recomendable para todos aquellos que odian el lunes. Con esta vitamina podrán dejar de hacerlo.

Esta vitamina te va a ayudar a sentir cada día de la semana como si fuera viernes. La única contraindicación y/o en su defecto efecto secundario que podrías sentir es la ansiedad que puede causar un domingo por la noche, puede causarte un poco de insomnio por saber y esperar con ansia el lunes. Por extraño que parezca.

Esta vitamina está probada, no hay nadie que pueda hablar mal de ella, al contrario. Los hombres más exitosos la consumen diario y esto ha repercutido en su vida profesional y personal.

La puedes dosificar a tu antojo, si es necesario que te quedes despierto hasta tarde seguro te ayuda a evitar el cansancio y la fatiga que el día te ha dejado, además de ayudarte a levantarte al otro día con el mismo entusiasmo con el que te levantarías si hubieras dormido tus ocho horas.

La vitamina P. Esa que hace ir a tantos a trabajar con una sonrisa de oreja a oreja, por utópico que parezca. Y que a esos que les ayuda tanto, dejan de llamar trabajo al ídem. Esa vitamina te ayuda a hacer cada cosa de tu día como si fuera la última, te enseña a disfrutar de las cosas como si no fueran a durar y esto a su vez hace que terminen durando.

Por cierto la p es de pasión.

También es mi primera vez.

No, ni creas que vas a leer que voy a poner el concierto de Aranjuez definitivamente no podría copiar semejante expresión, no entiendo quien en su primera vez y en sus cinco sentidos pensó en poner de fondo musical eso. Hay que estar arjonamente enfermo. Y eso es decir bastante.

Pero sí vengo a presumir que es mi primera vez, la primera vez que escribo en esta computadora nueva. La primera vez que escribo en esta hoja que hace unos renglones estaba blanca, la primera vez que intento escribir algo un poco más coherente, la primera vez que hago cualquier cosa. Porque cualquier cosa que haga hoy será tan nueva como pueda hacer conciencia de lo que es.

Nada, absolutamente nada es igual, por más rutinario suicida que pretendas ser. Hoy amaneció diferente, hoy no eres el mismo que ayer, hoy las personas a tu alrededor tampoco son las mismas, algunas son unas horas más viejas, otras un día más amargadoss o felices, otros una colección de momentos más nuevos y eso, afortunadamente todavía lo decidimos cada uno de nosotros, no hay alguien que lo haya puesto en una bolsita para venderlo preparada para meterlo al horno de microondas. Todavía.

Hoy puedes descubrir que por más que tu respiración actúe de manera automática puedes y debes disfrutar de ciertos olores y rechazar otros, ¿por qué no? lo mismo pasa con los otros sentidos y por eso hoy me deje sorprender por un nuevo descubrimiento que paradójicamente llegó a mi oído con una canción de nombre “Feels like the first time” qué delicia de música, qué primer descubrimiento tan exquisito, la autora Corinne Bailey Rae. Y me hizo pensar en hace cuánto que no hago las cosas por primera vez, aunque sea la segunda. Sí, la primera vez que por segunda ocasión te dejas sorprender, por los colores que se exhiben en el cielo cuando el sol se va ocultando, la primera vez que te enamoras, la primera vez que tomas una taza de café, el primer día que llegas a tu trabajo con toda esa energía.

Por algo las primeras veces son tan valoradas. Haz que todo se viva como por primera vez.

Haz conciencia de tu presencia.

Corre riesgos. Aventúrate.

Di lo que siempre quisiste decir.

Roba el beso que no tienes para pagar.

Desvirgina momentos, sonrisas y miradas.

Sonríe a quien te vio caer.

Sonríe. Que el único tiempo que tenemos es este.

Vive por primera vez todo lo que puedas.

Ahí te va ésta.

Tómala como quieras.

No iba a escribir este texto. No tenía el menor toque de inspiración, de ganas ni de aspiración de ninguna sustancia que liberara mi “potencial creativo”.

Léase café.

De verdad que no iba a escribir nada y mira, sin querer ya voy por el segundo párrafo. Igual estarás pensando que tampoco ibas a leer nada y te encontraste con esto de casualidad. ¿Casualidad? Tal vez es una señal y tanto tú debías leer esto, como yo debía escribirlo para que lo leyeras. Que juguetón nos salió este niño al que le pusimos destino ¿no crees?. Por lo menos podremos decir que le pusimos Destino al niño. Con la de nombres ridículos que sobran por ahí.

Esto podría ser una señal de que algo nos conecta a ti y a mi. Una señal de que esto es lo que deberías de leer y por azares del destino llegó a tus pupilas, así como si todo. Tal vez es una señal para decirte entre líneas que tú puedes. Que ese problema que tienes es tan minúsculo como un punto final. Un punto y aparte.

Una prueba del destino para saber que tanto quieres eso que dijiste que quieres.

O no, tal vez estás aquí leyendo esto para saber que tienes mucho tiempo de sobra y yo lo escribí para recordártelo y de paso enterarme del mío.

O tal vez es que vemos señales donde queremos verlas. Las encontramos a diestra y siniestra decidiendo que señales tomamos y cuales dejamos para el que viene atrás. Fatalistas, motivacionales, Cohelistas o lo que ese día queramos recibir como “señal” depende del hambre y la sed con la que nos hayamos levantado. Depende del ánimo con el que nos hayamos quitado las cobijas.

Así que ahí te va ésta. Entre líneas puedes leer lo que se te antoje, poner un punto donde quieras o empezar a redactar tu día de la manera que te gustaría que fuera leído. Ésta también puede ser una señal, si yo escribo tu también puedes hacerlo. Si tu lees esto es porque te hacen falta libros. Si me lees frecuentemente es que necesitas un psicólogo.

Si encuentras señales en todos lados es porque no eres capaz de crearlas por tu cuenta, a tu antojo y tomar la decisión que quieres tomar sin la falsa seguridad que te deja el destino en cada señal que decides encontrar.

Así que si eres Aries, Tauro, Piscis o cualquiera de los otros signos esto fue escrito para ti exclusivamente. Para que hoy salgas y le plantes cara a la vida. Para que encuentres justo lo que estabas buscando, lo que querías oír y con toda la intención encontraste entre líneas. Para poder escuchar de otros lo que no eres capaz de decirte a ti mismo.

Para poder seguir encontrando señales.

Para poder seguir creando tu destino.